Me costaba respirar. La larga carrera digna de récord Guiness, desde la escena del crimen hasta la estación, me acababa de dejar sin compasión alguna, el peso de los años sobre mí y una puñalada rastrera en un pulmón. Mientras el segundo se esforzaba en vano por hiperventilar con éxito suficiente oxigeno para los dos, cogí impulso y salté inconscientemente, consiguiendo la hazaña imposible de colarme en el último instante entre las puertas semicerradas del metro, que anunciaba su apresurada huída dejando atrapados en el andén a mis perseguidores. Dos matones con cara de Rottweiler y enfundados en armarios modelo extra gigante de Ikea, aporreaban con rabia e insistencia el cristal en movimiento de la ventanilla que protegía mi rostro justo al otro extremo.
A disgusto de mi voluntad, me di cuenta al instante de que no era dueño de mi cuerpo y supe que llegar hasta allí había sido pura casualidad. Todo era temblor y descontrol. Las piernas, los brazos…incluso la sangre al galope dentro de mí se encontraba sumergida en un estado de Parkinson crónico.
El metro y mi fortuna habitual acababan de salvarme la vida, pero a mi cerebro parecía no importarle y se negaba rotundamente a accionar algún mecanismo de alivio corporal que consiguiera sonsacarme de mi lamentable estado. Me percaté también de que había conseguido substraer de su mundo particular, a todas las personas que se hallaban a mi alrededor y que ahora, ensimismados, me observaban desde un mirador de silencio enfrascado en una desconfianza que dolía. Me senté fingiendo encontrarme solo, e ignoré las insistentes miradas que me acusaban y me condenaban sin juicio justo, a ser el delincuente número uno de la ciudad, y fui desmembrando poco a poco, y una a una, las imágenes que mi retina había fotografiado minutos antes y que rebelaban, con exactitud, lo que acababa de suceder.
Ráfaga de disparos secos en la oscuridad retumbando en mi cabeza, el viento ahogando el grito y su cuerpo abandonándose a las leyes físicas de la gravedad. Ella cae mudamente, pálida a la luz de una luna que se lleva su último suspiro. Yo estoy allí, capricho del destino, tan sólo a veinte metros de distancia de esa horrible visión, paralizado, impotente. Son varios…el asesino articula unas palabras que no consigo acabar de descifrar: “haberlo pensado dos veces antes de…¿¿ fdkldgfkrt??”
Me sorprenden en mi torpe sobresalto exteriorizado. Vienen a por mí. No consigo moverme. Cada vez más cerca. Sé que no tengo escapatoria… de pronto me sorprendo a mi mismo echando a correr. Más rápido. Se reduce el tiempo entre zancadas. Mágica sensación de vuelo. Me persiguen. Son muchos. Perros también. Ladridos veloces. Mi deseo por desaparecer. Me alcanzan… ¡No, ahora no! ¡Vamos corre! ¡Una boca de metro! Tímido reflejo de salvación. Ya llego. Ya llegan. ¡Corre! Escaleras. Bajo saltando. Salto bajando. Llego al andén.
Cojo impulso, salto inconscientemente, se cierran las puertas…
De repente una voz grave y autoritaria me devuelve a la realidad. Despierto empapado en sudor y desconcertado. ¿Todo ha sido un sueño? No. Pesadilla mas bien. ¿Dónde estoy? Recupero lucidez… metro, línea azul, última parada… ¡mierda me he dormido! Otra vez la voz militar… me suena…enfoco, le miro a los ojos… ¡Es el asesino!
Siempre me quedará la duda de si ella fue real… pero lo que está claro es que el metro fue el lugar del crimen. Mi fianza: 40€. De propina, su voz de nuevo:
“haberlo pensado dos veces antes de…colarte sin billete”
Me dormí, me pillaron… pero al menos en mi sueño conseguí escapar.